
Obsesión: la herida hecha poesía de Diego Flores
Por Candy Salcedo
Nueva York es una ciudad que brilla, pero también devora. Entre su ruido constante y sus silencios invisibles, el escritor ecuatoriano Diego Flores Revilla encontró la manera de transformar su experiencia como migrante en literatura. Su nuevo libro, Obsesión, no es solo una novela en prosa poética: es una confesión colectiva, un espejo para quienes caminan cargando sueños y silencios en los Estados Unidos.

Desde las primeras páginas, el lector entiende que no se trata de una obra convencional. Flores dedica su libro “a los que pelean cada día con su mente como si fuera un enemigo que duerme en la misma cama. A quienes callan tormentas con una sonrisa. A los que caminan entre otros y sienten que no pertenecen a ningún lugar” . Con estas palabras, no solo introduce la historia de Kain, su protagonista, sino que extiende un abrazo a todo migrante que ha sentido el peso del desarraigo y la fragilidad de su mente.

Kain, el poeta que habita el sótano húmedo donde transcurre gran parte de la obra, es un personaje que trabaja en silencio como muchos migrantes. Pero su verdadera batalla no ocurre en la ciudad, sino dentro de sí mismo. Entre el insomnio, el eco de voces que lo persiguen y la sensación de perderse en su propio reflejo, se enfrenta a los fantasmas más comunes y a la vez más invisibles: la ansiedad, la duda, el auto sabotaje.

Obsesión es un viaje literario que revela, entre líneas, la importancia de reconocer señales y pedir ayuda a tiempo. En un capítulo estremecedor, el protagonista narra un instante límite sobre su moto en Manhattan: “Porque hay momentos en que no quieres irte… pero tampoco puedes continuar de este modo” . Ese pasaje se convierte en un recordatorio urgente: hay que hablar, hay que llamar, hay que quedarse.

La novela también ilumina la experiencia migrante. Escribir desde un sótano en Nueva York se convierte en un acto de resistencia y de redención. En la voz de Kain, late la memoria de tantos que trabajan sin ser vistos, pero que no dejan de soñar. Como escribe el propio personaje: “No tengo patria. No tengo pasado. Solo un presente que huele a encierro y una conciencia que a veces no reconozco. Pero sigo escribiendo” .

Hacia el final del libro, después de la tormenta más oscura, aparece un destello de esperanza. Kain afirma: “Lo hice. Lo escribí. Lo sobreviví. No necesito que lo lean. Solo que exista” . Y en esa frase se condensa el corazón de la obra: escribir no es una meta, es un acto de supervivencia.

Con Obsesión, Diego Flores Revilla se consolida como una de las voces emergentes de la comunidad latina en Nueva York. Su literatura nace de la herida, pero se convierte en poesía. Es testimonio y espejo, plegaria y grito. Y para los lectores —latinos o no—, es un recordatorio poderoso: la mente es frágil, pero hablar, pedir ayuda y resistir también es un acto de valentía.

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Diego Flores
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